Argentina - Rosana Guber, Mirta Bonnin, Andrés Laguens.- TEJEDORAS, TOPOS Y PARTISANOS. PRÁCTICAS Y NOCIONES ACERCA DEL TRABAJO DE CAMPO EN LA ARQUEOLOGÍA Y LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL EN LA ARGENTINA.
TEJEDORAS, TOPOS Y PARTISANOS.
PRÁCTICAS Y NOCIONES ACERCA DEL TRABAJO DE CAMPO EN LA ARQUEOLOGÍA
Y LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL EN LA ARGENTINA.
Rosana
Guber, Mirta Bonnin, Andrés Laguens.
RESUMEN:
Examinara la trayectoria de las concepciones y las
practicas, con que los arqueólogos y los antropólogos sociales
vienen produciendo conocimientos sobre la realidad empírica
pretérita y actual de la Argentina. Desde la institucionalización
de la Antropologia en el SXIX, y cómo fueron definiendo sus
especialidades.
INTRODUCCION
El
trabajo de campo es la marca distintiva de las Ciencias
Antropológicas. Así desde fines del siglo XIX, la presencia del
analista en “el campo” define un modo de producir conocimientos
que se diferencia del de otras disciplinas vecinas en humanidades y
ciencias sociales.
En
este panorama ocupa un lugar destacado la articulación entre el
trabajo de campo y la formación académica.
DE LA EXPEDICIÓN A LA EXCURSIÓN
En
1936, momento de la fundación de la Sociedad Argentina de
Antropología (SAA) hacían de la antropología una actividad de
“recolección y salvataje” de restos del pasado, que permitía
visualizar la analogía formal de los “patrimonios” y su
distribución espacial en cartografías. Por mucho tiempo el viaje o
“salida” al campo, con fines antropológicos o etnográficos, fue
subsidiario de la campaña arqueológica y se limitaba a la
recopilación de información cultural sobre las poblaciones locales.
Estas recopilaciones se especializaban en la cultura material y
también en la descripción de fiestas, costumbres y en la
compilación de tradiciones, diferenciando locutores con autoridad y
de otros no tanto; para asegurar el salvataje de culturas en vías de
extinción (mas como un registro y ya).
Así
alrededor del primer tercio del siglo XX, la perspectiva etnológica,
que era la teoría para estudiar el pasado indígena, incluía a lo
arqueológico como un capítulo más junto a la información
histórica, lingüística y racial que proveía la cultura material
de los “pueblos” del pasado. Con esta perspectiva el yacimiento y
las asociaciones que en él se encontraban no eran centrales, un
hallazgo aislado o un objeto de colección eran importantes pues
contribuían al conocimiento de una cultura y se los utilizaba a modo
de inventario de una cultura, lo que implicaba que no fuese necesaria
para ellos una escavacion cuidadosa, ni el registro de las relaciones
contextuales y estratigráficas de los objetos, y la escurcion estaba
enfocada a la recuperación de objetos. Si un objeto era lo
suficientemente “integro” y se sabia su procedencia pasaba a ser
considerado como fuente de información cuya adscripción cultural
debía inferirse por procedencia geográfica y por analogía
etnográfica, utilizando el método comparativo a partir de
similitudes morfológicas. Simultáneamente, se incorporó el trabajo
de campo “de informantes” o “tercerizado (es decir informantes
o investigadores no formados especialmente para la tarea).
En
el segundo cuarto del siglo XX el trabajo de campo adquirió una
modalidad de alcance local y más breve aplicándose las mismas
técnicas de campo que en las exploraciones.
DE LA EXCURSIÓN A LA CAMPAÑA
Se
señala la excavación de 1948, realizada por Horacio Difirieri en
Payogasta, Salta, como hito de una nueva era en la práctica pues
marcó una renovación en el trabajo de campo y en la concepción de
la arqueología, el pasado y los sujetos de estudio. Difrieri
demostró que el tiempo era una unidad recuperable siempre que se
empleara una técnica apropiada y que los hechos del pasado –en su
caso las relaciones entre Santa María e incas- podían afirmarse por
una vía independiente de las fuentes históricas.
Para
entonces González introdujo la técnica estratigráfica y también
la excavación controlada en grandes superficies, lo que implicaba
otra concepción del registro arqueológico y la cultura, además de
los criterios implícitos en Difrieri (que aún seguía excavando con
sondeos). Excavar en grandes superficies divididas en cuadrículas
-algo que Márquez Miranda (1962) llamaba “reticulado
del terreno en capas finas”- significaba que no sólo interesaban
las relaciones verticales o la cronología sino también las
horizontales; el campo debía pensarse en términos relacionales, de
contextos, de la misma manera como había procedido González
con las relaciones materiales de las tumbas de
Hualfín. Muy representativo de ello su
trabajo en la gruta de Intihuasi en 1955 por la aplicación de esta
técnica y modo de interpretación del trabajo de campo.
Con
Menghin la escala espacial del trabajo de campo se expandía del
sitio a la región, y la escala temporal americana se proyectaba al
Holoceno. Las técnicas de campo incluían la excavación
estratigráfica como método de análisis aunque la estratificación
era -según él- la evidencia de una sucesión de capas y no una
estratigrafía cultura.
La
cuestión ya no era explorar o reconocer un lugar sino responder a
interrogantes ligados con la historia de las poblaciones humanas
(trabajo de campo para satisfacer metas). Interesaban ahora las
relaciones contextuales, culturales y naturales. Los objetos no eran
sólo ítems de cultura sino, dependiendo de sus respectivas líneas
de pensamiento, indicadores de culturas o del cambio, de relaciones y
difusión. Aunque las características morfológicas de ciertas
piezas podían ser indicadores en sí la idea de asociación y el
concepto de observación in situ
pasaron a ser criterios esenciales del
trabajo de campo. Campañas y participación de alumnos
caracterizaron a la nueva época.
TRABAJO DE CAMPO Y LOS COMIENZOS DE LA ANTROPOLOGÍA
SOCIAL
Hermitte (una antropóloga social que lleva a cabo unas
“encuestas” criticadas por ser un método mas apropia
Estadounidense y no tanto a la Argentina) proponía estudiar “la
forma de vida de las poblaciones mestizas en una comunidad minera en
el noroeste argentino.
Así, la segunda mitad de la década
de 1960 fue testigo de un “cambio cultural”, se pasó de una
antropología patrimonial y de salvataje hacia problemáticas de tipo
sociológico fundadas en el trabajo etnográfico.
LA ESCUELA BRITÁNICA
El
regreso de Esther Hermitte en 1965, significó el arribo de la
antropología social británica donde la orientación boasiana,
concentrada en la “recolección de literatura oral” mediante el
uso de intérpretes, informantes clave y transcripción textual,
cedía su lugar al trabajo de campo prolongado e intensivo de
inspiración malinowskiana.
TRABAJO DE CAMPO Y COMPROMISO
El
sello malinowskiano era compartido por otros recién llegados que
portaban el título de “antropólogos sociales”. El trabajo de
campo generaba una interacción específica que involucraba al
investigador social, que ella designaba aquí como “sociólogo”.
De este modo “[el] contacto directo, en algunos casos íntimo, con
un número relativamente grande de personas” permitía que le
revelaran sus necesidades, problematizando el lugar del investigador.
Así,
calificaba a la participación del observador participante como “una
participación sui generis”
pues su punto de partida era llegar a conocer y analizar una cierta
realidad empírica, no producir soluciones o transformaciones.
TRABAJO DE CAMPO Y DESEMPEÑO PROFESIONAL
La
asociación entre trabajo de campo e ingeniería social incorporaba
los métodos etnográficos a una antropología de gestión y a gran
escala, distinta de los más habituales perfiles académicos en
investigación básica y también del imaginado destino del
compromiso y de las comunidades rurales.
EL TRABAJO DE CAMPO EN LA NUEVA ERA DEMOCRÁTICA
Dentro
de la arqueología fue la Nueva Arqueología (NA) el puente con el
nuevo período. Su revolución epistemológica (1960), y los cambios
que introdujo en las técnicas de campo habían demorado algunos años
en ingresar a la práctica profesional argentina. Y ésta, en su
expresión más ortodoxa tuvo su desarrollo más significativo en la
UBA, con investigaciones centradas principalmente en Tierra del Fuego
y Patagonia. La NA
a planteaba un trabajo de campo distinto en sus premisas ontológicas
y epistemológicas. El objeto de estudio ya no era el pasado sino el
mismo registro arqueológico, en tanto registro de actividades y
procesos insertos en sistemas de interacción entre humanos –o
sociedades- y el ambiente. Así se planteaban una serie de problemas
antropológicos ubicados en un tiempo y espacio dados, problemas
capaces de ser recuperados objetivamente con procedimientos lógicos
y analíticos apropiados. Es
decir que introducia el trabajo de campo orientado por problemas. De
acuerdo a las preguntas formuladas al registro se orientaban las
técnicas de campo y gabinete, entendiendo que el campo era una
fuente primaria de datos y que las técnicas requerían una
rigurosidad extrema y procedimientos explícitos para alcanzar
niveles confiables de inferencia, a partir de muestras
representativas.
En
suma el trabajo de campo como acceso no mediado a diversas realidades
empíricas, contemporáneas y pretéritas, y como fuente de
descubrimientos, hallazgos y nuevos conocimientos atravesó las
turbulencias políticas, los cambios de paradigma, los relevos
académicos y el cambio social, ubicando a la Argentina desde una
dupla tradición-modernidad hasta la globalización. Su
extraordinario poder cimentó las bases de legitimidad de un tipo de
conocimiento que se concibió a sí mismo como emitido desde “la
torre de marfil”, como ciencia “comprometida” y como “gestión”
y “justicia”, configurándose como la marca indeleble de una
disciplina, a la vez naturalista, humanística y sociológica, que
brega por institucionalizarse sin olvidar su pasado y sin desconocer
su trayectoria en pos del reconocimiento de las alteridades
socioculturales y las propias suyas.
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