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HSG - LANGEWIESCHE, Dieter - LAS BURGUESIAS EUROPEAS DEL SIGLO XIX

AUTOR: LANGEWIESCHE, Dieter
TEXTO: “LAS BURGUESIAS EUROPEAS DEL SIGLO XIX”

Liberalismo y burguesía en Europa
Si ya la interpretación del liberalismo y la burguesía como procesos resulta compleja a la hora de determinar sus cambiantes relaciones a lo largo del siglo XIX, las dificultades se incrementan al plantear un estudio comparativo. Langewiesche utiliza el liberalismo alemán que servirá de punto de partida para su análisis comparativo en relación con otros países que pasaron por el mismo proceso. Junto con Inglaterra y Francia se incluirá también a Italia y Hungría y ocasionalmente a España, los Países Bajos y Rusia, de modo que Alemania no ocupe por adelantado ese rincón en el eje de modernización occidental-oriental que se le asigna casi siempre en los estudios acerca de las “desviaciones alemanas respecto a Occidente”.
Del conjunto de posibles puntos de vista en el que podrían incluirse consideraciones de orden comparativo, ha elegido tres: 1. ¿Bajo qué condiciones políticas de actuación surgieron y se desarrollaron los movimientos y organizaciones liberales? 2. ¿Quién se unió a ellos, contra quienes lucharon? 3. ¿Qué modelos políticos y sociales marcaron el liberalismo? Y, finalmente, ¿Existió una corriente europea general de la que se desvió la historia del liberalismo alemán?
  1. CONDICIONES Y MODELOS DE ACTUACIÓN
Los liberales a lo largo del siglo XIX se transformaron esencialmente. Hasta mediados del siglo, la revolución formaba parte del repertorio de las formas burguesas de actuar, pero no de la de los liberales.
La política liberal apostaba siempre la institucionalización de los conflictos de intereses de ser regulados por medio de debates racionales. Las formas violentas de discusión colectiva eran totalmente rechazadas por ellos. Su rechazo de la violencia como instrumento político suponía trazar una línea nítida de separación con respecto a la izquierda y eso hizo que los liberales aparecieran como parte de la alianza de fuerzas conservadoras de los períodos revolucionarios. Los modelos de actuación de los liberales apuntaban hacia una colaboración política institucionalizada, jurídicamente consagrada. Sus objetivos eran sobre todo luchar contra el poder del Estado absolutista que negaba la participación política, pero sobre todo contra cualquier forma de violencia como instrumento de la acción política y también contra la violencia de los de “abajo”.
    1. Fase de inicio de la democratización
En Inglaterra, el liberalismo tropezó con oportunidades favorables de desarrollo ya a comienzos del siglo XIX que podrían sintetizarse a grandes rasgos recurriendo a sus características.
A partir de las revoluciones del siglo XVII había surgido un estado nacional en cuya ordenación y gobierno ocupaba el parlamento un lugar decisivo. La formación del gobierno obedecía a las mayorías parlamentarias que decidían sobre los problemas fundamentales del país. Esta concentración del poder político favoreció el surgimiento de tendencias políticas que aspiraban a tener un ámbito nacional y al propio tiempo las habituó a cerrar compromisos.
Los procesos socioeconómicos fundamentales en el camino hacia la “modernidad” –explosión demográfica, revolución agraria, revolución industrial, urbanización incipiente- se habían iniciado antes en Inglaterra que en el continente. La sociedad se puso en movimiento sin contar antes con un repertorio de instrumentos de intervención como los que desarrollaron todos los estados europeos, aunque en diferente medida, en el curso del siglo XIX. El primer liberalismo inglés temprano se aprovechó doblemente de esta ventaja: el mayor grado de autoorganización de la sociedad benefició sobre todo a los movimientos políticos cuyo principio ideológico fundamental estaba representado por el individuo auto-responsable. Y la movilización de la sociedad reforzó también a aquellos que pasaban por ser los representantes del progreso. Esa mezcla de concentración del poder en el parlamento con un fuerte auto-gobierno local y una burocracia estatal débil, de transformaciones sociales y tradiciones religiosas que estimulaban el pluralismo y el individualismo proporcionó al liberalismo inglés en los primeros tercios del siglo XIX unos campos de acción política que no se daban en el continente a esa escala.
En comparación con Inglaterra, pero también con la Europa Central y Meridional, el liberalismo francés adoptó una posición singular al menos desde cierto punto de vista: le resultaba difícil hacerse identificable como una tendencia autónoma, claramente delimitada local, regional y estatalmente –tanto en la opinión publica del siglo XIX como también para los historiadores que lo analizan. Eso contribuyó a una “confusión conceptual” que hace que sea complejo identificar las tendencias políticas calificadas como “liberales”.
Pese a todas estas diferencias aisladas, las condiciones de desarrollo político del liberalismo francés y del liberalismo inglés estuvieron marcadas desde el principio por la existencia de un estado nacional aceptado unánimemente por todas las fuerzas políticas. Los campos de acción de los liberales italianos, alemanes y húngaros, por el contrario, estuvieron determinados en los dos primeros tercos del siglo XIX por el hecho de que la nación no poseía aún una envoltura estatal o – en el caso de Hungría- porque la autonomía nacional seguía estando limitada en la monarquía a-nacional de los Habsburgo y constantemente amenazada en sus fronteras.
En Hungría se desarrolló aproximadamente desde 1830 un poderoso movimiento liberal fuertemente arraigado en la capa dirigente de Hungría, la nobleza, y también en las instituciones estatales. El liberalismo húngaro era completamente anti-burgués por su origen social, sin embargo estaba ligado al modelo de una “sociedad burguesa” y, al mismo tiempo, políticamente anclado en corporaciones estamentales.
Hacia 1830 surgió, dese una política de auto-afirmación estamental, un movimiento reformista nobiliario que conocía la perfección el liberalismo occidental y centroeuropeo y que lo aceptaba como modelo.
A pesar de que en la década de 1840 comenzaron a perfilarse pequeñas corrientes políticas con objetivos a largo plazo muy heterogéneos, el liberalismo húngaro no tuvo que enfrentarse a ninguna clase de competencia desde la izquierda. Ello debió contribuir considerablemente a su disposición a impulsar las reformas en los años revolucionarios de 1848 y 1849, impulso que habría transformado a la monarquía húngara en un estado parlamentario con una sociedad jurídicamente igualitaria y nacional.
El liberalismo italiano se forjó bajo unas condiciones de acción completamente distintas. Desde 1848 lo prioritario para ellos era la aplicación de reformas en cada uno de los estados de acuerdo con los modelos europeos occidentales ero preservando el existente, y no la unidad nacional, aunque en la década de 1840 también los liberales apoyaron decididamente el futuro estado nacional dado que las reformas esperadas en cada uno de los estados habían sido desechadas.
Esa línea divisoria ente los demócratas republicanos y los liberales monárquicos se mantuvieron también durante los años de la revolución de 1848/49. Su común fracaso dejó el camino libre para la aparición de un liberalismo el que se convirtió en el punto fundamental del movimiento nacional italiano. Y sólo ahora, tras el fracaso de la revolución, se abrió para el liberalismo italiano ese campo de acción institucional que ya había existido en Inglaterra, Francia, Hungría y otros estados desde la primera mitad del siglo: el parlamento. Con el estado nacional, creado paso a paso a partir de 1859, se cerró para el liberalismo italiano una fase en la que sus posibilidades de acción hasta 1848 habían estado notablemente limitadas respecto a las de los liberales europeos occidentales, aunque habían logrado acercarse a ellas.
Con la vista puesta en los procesos europeos considerados hasta ese momento, no puede hablarse de una “vía particular” de los liberales alemanes.
Desde la década de 1840, el movimiento constitucional liberal se convirtió en un movimiento nacional que logró superar el espectro liberal en la medida en que consiguió transformar el “nacionalismo de las elites” en “nacionalismo de masas”.
Como en todo Europa, también en la Confederación Germánica el liberalismo tenía sus centros de acción allí donde la forma de gobierno de la sociedad incluía institucionalmente los derechos de participación. Entre éstos estaban, junto a los parlamentos, también los órganos locales de auto-gobierno. El auto-gobierno local no estaba tan distanciado del Estado como en Inglaterra, pero, a pesar de la extensión de las competencias estatales producida en el período reformista de comienzos del siglo XIX, estaba mucho más arraigado que en Francia o en Italia. Ello podría haber contribuido a que el liberalismo alemán fuera apoyado por capas más amplias de población que el francés o el italiano. Importancia similar tenía en Hungría el auto-gobierno de los komitate, aunque en este caso limitada a la sociedad aristocrática.
El punto de inflexión fueron las revoluciones de 1848/49, cuando las visiones del mundo laica y eclesiástica entraron abiertamente en conflicto. Hasta ese momento el catolicismo y el liberalismo habían podido aliarse sin problemas, en Italia eso se vio reforzado por la esperanza acariciada por una parte de los liberales de que el papado se convirtiera en una fuerza integradora de un estado nacional federativo y reformista. Esta esperanza se disipó en 1848. En Alemania, los años de la revolución significaron igualmente el comienzo de un alejamiento que ya no volvaria superarse jamás entre el liberalismo y el catolicismo. A partir de de 1848 el liberalismo alemán se convirtió en un fenómeno puramente protestante, pero las iglesias protestantes no se convirtieron al liberalismo. La autoridad eclesiástica estatal protestante impulsó la vinculación al Estado de los protestantes alemanes. En esta cuestión podría reconocerse tal vez una singularidad alemana dentro de los aspectos elegidos para el análisis comparativo. En todo caso, conviene subrayar que en todo el ámbito de condiciones institucionales de acción en las que se desarrolló el liberalismo europeo en los dos primeros tercios del siglo XIX no se distingue ningún proceso evolutivo singular en Alemania.
    1. Los procesos de instauración del parlamento y de la democratización
En el último tercio del siglo XIX las condiciones políticas de acción en los países comparados variaron profundamente. Alemania e Italia se convirtieron en estados nacionales; Hungría alcanzó en 1867 la autonomía interna en tanto que estado bajo el techo de la dual monarquía austro-húngara. Esta “nacionalización” de los campos de acción política, en los que ahora existían centros de decisión nacional en todas partes, en la Europa occidental, meridional y central, estaba ligada a un decisivo cambio social que transformó radicalmente las condiciones de la acción política. Democratización de las oportunidades de participación – así podría caracterizarse la tendencia que transformó los diferentes ámbitos de la vida cotidiana. En todas partes se ampliaban las oportunidades de la gente de participar del “progreso” a la vez que los deseos de participación se incrementaban más aun mirando hacia el futuro. Eso afectaba a los liberales europeos de manera muy diferente. Su capacidad de hacerse presentes en el “mercado político de masas” dependía preferentemente de las condiciones de acción institucionales. Es este sentido hay dos factores que parecen haber sido decisivos: las dimensiones de la democratización del derecho al voto y el grado de relevancia del parlamento. El sufragio limitado o censitario de acuerdo con criterios de índole social era uno de los principios incluidos en el credo del liberalismo europeo. El ciudadano que gozaba de un derecho de voto pleno había de ser económicamente fiable y educado. Este programa educativo liberal a largo plazo había sido barrido en 1848 en el continente por el estallido de la revolución, pero el fracaso político de estas revoluciones dejo a un lado también el derecho de voto democrático. Sólo el clima general de las reformas que se respiraba en Europa en la década de 1860 posibilitó nuevos intentos de ampliar la base social de los gobiernos a través de la democratización del derecho de voto y de implicar más intensamente a la sociedad en la acción política mediante el reforzamiento de la acción parlamentaria.
Si contemplamos las condiciones de acción que el sistema político permitía, se constata que la década de 1860 supone un punto de inflexión que dio paso a una revolución específica de Alemania claramente distinta no sólo de “Occidente” sino también de Italia y Hungría. En Alemania, la instauración del sufragio universal masculino preparó el camino de una democratización sin parlamento: por el contrario, en los países europeos que se han analizado comparativamente, el proceso fue inverso: rimero se produjo la instauración del parlamento y luego, paso a paso, la democratización de la participación ciudadana en las elecciones legislativas.
La variante alemana basada en una politización radical de la sociedad sin la existencia de un parlamento supuso para los liberales unas condiciones de desarrollo claramente desfavorables. Desde el comienzo los liberales hubieron de enfrentarse a un “mercado político de masas” altamente organizado sin poder, no obstante, amortiguar e integrar sus intereses, en concurrencia con el partido del gobierno. El bloqueo de la instauración del parlamento limitaba la fuerza político-social integradora del liberalismo alemán, cuya debilidad a la hora de actuar no quedaba contrapesada en modo alguno en el ámbito del Reich por las oportunidades favorables de participación que se presentaron en algunos Länder? Como Baden y Baviera y sobre todo en las ciudades hanseáticas.
Lo que limitaba el campo de acción política de los liberales era más bien el nacimiento de un estado nacional alemán a raíz de tres guerras entre estados que fueron aclamadas como guerras de unificación por la mayor parte de la nación alemana que exigía de sus representante parlamentarios una actitud de compromiso para con el estado nacional alemán. Los liberales alemanes, independientemente de su pertenecían al ala izquierda o a la nacional-liberal, confiaban en un futuro en el que esperaban poder retomar en beneficio propio las decisiones políticas y constitucionales básicas recortadas durante 10 años por obra del poder miliar. Durante aproximadamente una década se iniciaba la “era liberal” –una de las épocas reformistas más transcendentales de la historia alemana reciente.
En la llamada “segunda refundación” o “refundición interna”, los liberales, sobre todo los nacional-liberales se sintieron engañados. No sólo fracasó la política de los liberales: también se reforzó la evolución específica de Alemania hacia la construcción de un estado moderno. En Alemania la no instauración del parlamento quitó a la sociedad la posibilidad y las instancias necesarias para regular políticamente sus conflictos por su cuenta lo que contribuyó a debilitar la fuerza integradora de los partidos alemanes y desplazó las líneas del “camino hacia el progreso” que en Alemania estaban mucho más enmascaradas que en los otros países europeos comparados. La distancia o la cercanía al Estado, mercaban en Alemania unas líneas de demarcación sociales y políticas que quebraban el esquema político de izquierda y derecha.
En vísperas de la Primera Guerra Mundial la paralización de la instauración del Imperio Alemán hizo que se limitara más estrechamente la capacidad de penetración política del modelo liberal de Estado y de sociedad que en los estados europeos occidentales y que en Italia y Hungría.
  1. PARTIDARIOS Y ADVERSARIOS
Con su idea de “ciudadano” el liberalismo político enunciaba la “visión de una sociedad sin clases”, una sociedad de individuos libres, con los mismos derechos. Pero las líneas del frente fueron desplazándose cuando en el curso del siglo XIX el ideal de una “sociedad de ciudadanos” comenzó a llenarse a de contenidos concretos: jurídicos y políticos, pero también sociales y culturales. La historia del liberalismo europeo puede contemplarse como un intento constante por llevar adelante esta evolución, pero también por pilotearla y limitarla. Con la difusión social de su modelo se incrementó la limitación social de quienes lo defendían: el liberalismo se volvió “más burgués”, sin embargo la burguesía no se volvió “más liberal”.
Ciertamente la aceptación del liberalismo creaba una cierta distancia respecto a la tradición, pero los liberales no rompieron con ella. Su rechazo de cualquier cambio revolucionario abrupto lo demuestra tan claramente como los modelos que defendían y el origen social del círculo político de sus dirigentes: procedían de la “buena sociedad”. Hasta más allá de mediados del siglo XIX la burguesía industrial no pertenecía a ella.
Incluso en Gran Bretaña, pionera de la industrialización más de la mitad debía su posición social a la posesión de predios de gran extensión, había recibido educación aristócrata y llevaba un estilo de vida aristocrático. En Hungría solo la nobleza podía participar en la vida política.
En Francia y Alemania los círculos políticos que dirigían el liberalismo eran “más burgueses” que en los demás estados que se han comparado. La nobleza no jugaba ningún papel y, por lo demás, las diferencias más significativas son las que se observan en el ambiente burgués de procedencia.
Sin este arraigo de los círculos dirigentes del liberalismo inicial en las capas socialmente dominantes no habría sido posible la asombrosa capacidad de difusión de los modelos liberales ni la elevada fuerza de integración político-social que mostró precisamente el liberalismo en sus comienzos. Es evidente que los portavoces liberales eran hombres de origen respetable que disfrutaban de gran prestigio en la opinión pública. Cuando ellos exigían cambios parecía que era el peso de la tradición lo que impulsaba sus reivindicaciones. Un liberalismo más burgués no habría sido capaz de obtener esos resultados.
El sello aristocrático burgués del círculo dirigente liberal era en Inglaterra algo distinto al de Italia. En el caso de Gran Bretaña ese sello hace referencia al carácter abierto de la aristocracia que, como consecuencia del derecho hereditario, iba cediendo individuos a la burguesía, y a la relevante posición que ocupaba el parlamento, cuyo peso político atraía y reunía a las elites sociales. En Italia, la alianza aristocrático-burguesa fue sobre todo consecuencia de su común hostilidad hacia la soberanía de los Habsburgo que, de forma directa o indirecta, gravitaba sobre Italia y que pretendía mantener tanto a la nobleza como a la burguesía fuera del juego político. En Alemania no se pudo alcanzar una simbiosis aristocrático-burguesa tan poderosa. La nobleza terrateniente era demasiado inestable desde el punto de vista económico y demasiado tradicional. En consecuencia, la nobleza alemana depositó sus esperanzas en una alianza de intereses con el monarca, no con la burguesía.
Esa forma de “estatalización” suele caracterizar la evolución alemana, también la del liberalismo inicial, cuyos portavoces trabajaban al servicio del Estado en mucha mayor medida que en los países europeos comparados. Mientras que en Francia los cargos electivos estaban más relacionados con la pertenencia a asociaciones y agrupaciones. En Alemania, esta clase de organizaciones sociales suponían más bien una compensación para las oportunidades políticas prohibidas o limitadas por el Estado.
Es indiscutible que la alta burocracia estatal existente en Alemania con sus reformas tendentes a quebrar la sociedad tradicional supuso una aportación fundamental de cara a la formación de la “sociedad burguesa”. Y la gran proporción de funcionarios en los círculos dirigentes del liberalismo alemán es un hecho igualmente innegable. Éstos representaban un sector muy respetado de la burguesía ilustrada que se demostró más capaz que otros grupos sociales a la hora de dar una formulación universalmente válida a los deseos de participación de la época, sin romper por ello con el orden estatal y social heredado. Esta situación no varió tampoco sustancialmente a finales del siglo XIX. En el Reichstag del Imperio Alemán el porcentaje de burgueses ilustrados con estudios académicos se redujo apenas de un 86 a un 70% entre 1874 y 1912 entre los nacionales liberales. Se ha querido ver en ello un proceso de aburguesamiento. Sin embargo, este proceso sirvió para reforzar toda la representación de la burguesía ilustrada que no trabajaba al servicio del Estado, pero no la de la burguesía de negocios.
El aburguesamiento de los círculos dirigentes del liberalismo se produjo de forma profundamente divergente en los estados europeos; no existió una vía normal. Con todo, puede hablarse, esta fase de consolidación del estado nacional, de un proceso específicamente alemán: sólo el liberalismo alemán parece haber estado sometido a esa doble presión masiva desde “abajo” y desde “arriba” que llevó al movimiento de emancipación-burgués a enfrentarse a una “democracia de masas” antes y sin que se hubiera afirmado el proceso de instauración plena del parlamento en estado. Ello contribuiría de forma considerable a que la fuerza integradora del liberalismo se debilitara en Alemania antes que en los estados europeos comparados.
Hasta la instauración del Imperio, el liberalismo alemán encarnaba un movimiento nacional al que se sentían unidos todos aquellos que aspiraban a construir el estado nacional de la “pequeña Alemania”, más allá de los círculos liberales y burgueses. Cuando esta situación excepcional se agotó en la década de 1870, los liberales se redujeron al estatus de los partidos normales. Se trataba de un proceso de normalización que confirió al perfil social de los partidos liberales y a sus electores un cariz más burgués que antes. El hecho de que este proceso se iniciara antes en Alemania y se extinguiera también más rápidamente obedece a los siguientes factores fundamentales: una fuerte secularización de la sociedad a la que el liberalismo no pudo hacer frente.
Por el contrario, en Italia y en Francia la oposición entre el laicismo y el catolicismo sirvió para estabilizar al liberalismo y a la izquierda republicana. En Inglaterra no existió un proceso comparable. Las iglesias no conformistas siguieron prestando apoyo, aunque en menor grado, a los liberales.
Hasta el segundo tercio del siglo XIX el liberalismo había sido en todas partes un movimiento de integración con acceso a un amplio espectro social. La mayoría de quienes se reconocían liberales, sin embargo seguía perteneciendo a las capas burguesas. En general puede decirse que no sólo por su modelo, sino también a la vista del amplio contexto social que integraba políticamente, el liberalismo europeo fue un movimiento burgués. Su núcleo estaba formado por las “capas medias”. Por otra parte, el liberalismo consiguió acceder a sectores sociales más amplios allí donde, al calor del proceso de formación de nuevas naciones, la fuerza gravitatoria político-social más relevante del siglo XIX, se situó de forma indiscutible a la cabeza del movimiento nacional. Por eso es por lo que, a pesar de que sus portavoces procedían mayoritariamente de la burguesía ilustrada, fueron capaces de atraer a su campo a todas las capas sociales que componían la opinión pública cuestiones políticas: sobre todo a la burguesía urbana, pero también a círculos situados por debajo de la burguesía.
En Italia aún más en Francia los liberales se vieron obligados a compartir su reserva de apoyos políticos con los republicanos y los demócratas. De ahí que en esos países el liberalismo se concentrara en mayor media en la burguesía terrateniente e ilustrada.
El cambio social contribuyó a diferenciar las capas burguesas de forma desconocida hasta entonces y favoreció la aparición de una clase obrera en fuerte expansión y políticamente activa. Ante de estos procesos el liberalismo no se mostró capaz de conservar en ningún lugar su antigua capacidad integradora.
En el Imperio Alemán los liberales competían con los conservadores por la burguesía protestante –la católica estaba fuera del alcance de ambos. Por el contrario en Gran Bretaña estas dos corrientes se sustentaban sobre una base confesional claramente diferenciada entre sí: los conservadores sobre el anglicanismo, los liberales sobre los no conformistas y los católicos.
El hecho de que ya en la década de 1860 surgiera en Alemania un movimiento obrero políticamente autónomo remite nuevamente al carácter específico del proceso de formación del estado nacional: preparado para un movimiento nacional dirigido por los liberales, pero realizado “desde arriba” a través del estado prusiano que logró imponer su política constitucional. A diferencia de los partidos británicos ellos no tenían posibilidad alguna de formar gobierno y, además, la democratización del derecho de voto redujo más aún la importancia de sus apoyos burgueses en las elecciones nacionales.
El social-liberalismo alemán surgió en el ámbito municipal, el británico en el nacional. Ambas variantes social-liberales perseguían el objetivo de vincular a los trabajadores y a sus organizaciones políticas al liberalismo y ambas variantes fracasaron. En Alemania se manifestó antes, pero tras la Primera Guerra Mundial esas diferencias antes tan acentuadas se esfumaron con el rápido declive de las dos. Los círculos sociales burgueses se alejaron cada más de los partidos liberales y éstos no pudieron retener a los electores obreros o atraérselos de nuevo.
  1. MODELOS LIBERALES
La marcada propensión a la adaptación y a la tolerancia hace que el liberalismo sea multiforme y difícil de definir; en cualquier caso esa flexibilidad explica también su capacidad para convertirse en “un elemento de la estructura vital del mundo moderno capaz de penetrar en todas partes”. Quien se auto-proclamaba liberal creía en el progreso imparable y justificaba el dinamismo de la modernidad.
En el centro de la doctrina estaba el individuo. Respecto a cómo debían estar configurados la sociedad y el estado, el liberalismo daba diferentes respuestas en las que se reflejaba la mutación de los problemas surgidos en la sociedad y el Estado. En todo caso, el núcleo irrenunciable del pensamiento liberal fue siempre el de asegurar la libertad de decisión del individuo incluso aunque se impulsaran también medidas colectivas para ello, por ejemplo, para el sistema de prevención social. Lo colectivo ha de retroceder ante el individuo –esta convicción fundamental separaba al liberalismo de otras ideologías progresistas como el nacionalismo y el socialismo, pese a las aproximaciones y confusiones que se dieron en algunos casos concretos.
Esa imagen del mundo centrada en el individuo y en su libertad estaba vinculada para el siglo XIX con lo burgués. Y es que esas ideas hacían referencia al “ciudadano” no al burgués. Se dirigía contra todo aquello que limitaba la libertad del individuo: contra el absolutismo y el régimen señorial, contra los privilegios estamentales y confesionales.
Sin embargo, en la práctica, la forma liberal de pensar era en muchos terrenos un programa educativo que toleraba la desigualdad. Desde su punto de vista, la igualdad ante la ley tenía que aplicarse de inmediato, pero la igualdad en la política no.
Con todo, el liberalismo europeo amplió su concepción de la sociedad de ciudadanos desde el punto de vista social en la medida en que colocó al ciudadano por delante del burgués –aunque no igualó a la mujer burguesa con el hombre burgués. Los liberales eran hombres y concebían su sociedad de ciudadanos como una sociedad de hombres.
La meta política principal de los liberales era el estado constitucional como garante de la seguridad jurídica y de la participación ciudadana en las tareas del estado. Para la mayor parte de ellos, era necesario que existiera el parlamentismo como forma de gobierno. En lo referente a la forma de estado, sus preferencias se inclinaban del lado de la monarquía que, aunque controlada por un parlamento, debía ser lo bastante sólida como para servir a la “sociedad de ciudadanos” como una reserva constitucional para épocas difíciles.
La amplia base social del liberalismo se oponía a cualquier proyecto social de carácter revolucionario. Los impulsos en pro de una renovación social del liberalismo partieron sobre todo de los cirulos ilustrados, los portavoces tradicionales de los liberales. Estos impulsos contribuyeron a que el liberalismo europeo no se convirtiera en un simple liberalismo burgués en la medida en que trató de adaptar sus modelos sociales a las condiciones del capitalismo industrial.

CONCLUSIÓN DEL AUTOR: El análisis comparativo de los países europeos no nos permite afirmar todavía en que mida ese “carácter burgués” adoptó en el siglo XIX valores y conductas tenidas generalmente por aristocráticas. Posiblemente se llegará a la conclusión de que en Alemania la imitación burguesa de la aristocracia representaba algo diferente a lo que sucedía en otros países europeos. Y es que, en Alemania, la “forma de vida aristocrática” parece haber influido en la “sociedad burguesa” sobre todo a través del Estado. Eso hizo que la cultura aristocrática estuviera mucho más cerca de lo militar en el estado nacional German-prusiano que en los vecinos países europeos.   

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