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HSG - RUDÉ, George - Europa en el siglo XVIII: La aristocracia y el desafío burgués

AUTOR: RUDÉ, George
TEXTO: “Europa en el siglo XVIII: La aristocracia y el desafío burgués”

ILUSTRACIÓN

El siglo XVIII fue una época de sobresaliente vigor intelectual que se difundió por la mayor parte de Europa. En su amplio contexto, la Ilustración abarcó casi todas las ramas del conocimiento: la filosofía, las ciencias naturales, físicas y sociales, y su aplicación en la tecnología, la educación, el derecho penal, el gobierno y el derecho internacional, ciencias químicas, botánica como el caso de Buffon quién anticipó modernas teorías sobre la historia de la tierra. Fue una época todavía más rica en la especulación en las ciencias sociales y en el desarrollo de la ciencia económica.
Entre estos escritores y pensadores, había muchos que recibieron el nombre de “filósofos”. El término es originario de Francia; y entre los intelectuales más activos y, en muchos aspectos, los más influyentes eran franceses. Pero hubo otros en varios países que recibieron también este nombre, aunque de ellos se encontraban en un nivel inferior.
Los filósofos no tenían en común ningún programa o manifiesto; lo más cercano a uno fue la “Encyclopédie” publicada por Diderot y d’Alembert entre 1751 y 1772 a la que contribuyeron muchos de los principales filósofos como Montesquieu, Voltaire, Rousseau, entre otros.
Es importante resaltar que entre muchos de los filósofos había diferencias, como el caso de Vico y Montesquieu, quienes sostenían puntos de vista gradualistas y evolucionistas sobre la historia, que la mayor parte de sus colegas posteriores no aceptaban. Ni Voltaire ni Hume compartían las concepciones de Rousseau sobre el progreso humano y la perfectibilidad del hombre.
La disputa en Diderot y Voltaire se basó principalmente en: mientras que Voltaire era un devoto partidario de la visión mecánica del universo de Newton, Diderot, como Buffon, era favorable a las ciencias de la vida, y consideraba al movimiento como “la esencia de la materia”, y al mundo y la sociedad en un estado de constante flujo. No obstante, Voltaire y Diderot unieron sus fuerzas contra Rousseau, al que consideraban los dos un caso perdido: Volatire desacreditando el Contrato Social y Diderot ridiculizando Emilio.
Mientras los filósofos, en general eligieron la razón como su guía, Rousseau replicó anteponiendo el instinto natural, la “sensibilidad” y las virtudes del hombre primitivo; y mientras los demás eran urbanos, cosmopolitas y habitués de los salones y de la sociedad elegante, Rousseau fue siempre el “promotor solitario”, que consideraba a la sociedad como una influencia corruptora.
Pero incluso con estas diferencias, los filósofos tenían ciertas cualidades distintivas de pensamiento en común. Eran generalmente hostiles a la religión organizada o revelada, y todos rechazaban el bárbaro dogma eclesiástico del pecado original. Daban una explicación del hombre y su lugar en la sociedad; porque estaban convencidos de que “el entendimiento humano es capaz por su propio poder, y sin recurrir a la ayuda sobrenatural, de comprender el sistema del mundo”. Su filosofía era práctica y empírica, y la utilizaban como un arma de crítica social y política, e intentaban persuadir a otros, fueran gobernantes o gobernados, para que pensaran y actuaran igual.
Diderot creía que los filósofos debían estar unidos por su común “amor a la verdad, pasión por hacer el bien a los demás, y gusto por la verdad, la bondad y la belleza”. Para Condorcet el grito de batalla común debería ser “razón, tolerancia, humanidad”.
Al ser una élite, su filosofía tenía sus limitaciones sociales: tenían poco que decir para confortar a los pobres y mostraron poca preocupación por “los derechos del pueblo”. “No es a los trabajadores a los que les hace falta educar –declaró Voltaire-, sino a los buenos burgueses y comerciantes”. De aquí que los filósofos escribían únicamente para un público educado.
Como todos los pensadores, los filósofos tenían sus antepasados intelectuales: sus ideas, tanto en la filosofía como en las ciencias físicas o sociales, derivadas en gran medida de escritores y pensadores del siglo anterior, como por ejemplo, Descartes quien enseñó con su máxima que se podía alcanzar la verdad mediante el razonamiento lógico. Pero trazó una tajante división entre el intelecto y la fe; la fe se encuentra fuera del reino de la razón.
Pero fueron los antepasados ingleses, más que los franceses quienes proporcionaron a los filósofos sus municiones principales. En primer lugar, se encontraba Francis Bacon, el gran protagonista del razonamiento inductivo, la ciencia experimental y la investigación empírica. Igualmente importante en este tronco de pensamiento era Newton, el matemático y astrónomo con su aporte de la “Ley de gravedad”. Así pues, los fenómenos de la naturaleza y los misterios del universo quedaban reducidos a unos principios matemáticos simples y universales. La tercera gran influencia –esta vez en las ciencias sociales- era Locke, en sus Tratados, tomó de Hobbes la teoría del “contrato social”, por la cual se suponía que el gobierno civil había surgido de un contrato entre el gobernante y sus súbditos. Para Locke, el contrato era un acuerdo con obligaciones mutuas: los súbditos debían respetar la soberanía del gobernante, pero éste a su vez debía respetar sus libertades y derechos de propiedad; en caso contrario, el contrato podía ser denunciado. Locke puso también en su Ensayo los fundamentos de la moderna psicología de las sensaciones, donde sostiene que todos los hombres llegan al mundo iguales, en potencia, todos igualmente sujetos a la influencia formativa del ambiente en el que viven.
Voltaire fue el primero que popularizó las obras de Locke en Francia, convertido en deísta y newtoniano, fueron esas ideas las que expuso con más interés. Pero sólo veinte años más tarde triunfó en París, desde donde se difundió por toda Europa. Se extendió con mayor rapidez porque los filósofos y sus asociados, aunque no fueran científicos, sostenían que si los misterios y el caos del universo estaban sometidos a la armonía de la ley natural, ¡por qué no también las relaciones sociales del hombre y sus instituciones políticas? Al mismo tiempo, el tema se veía reforzado aún más por la invasión simultánea del continente, en una gran ola de anglomanía, por las obras de Bacon y Locke.
Más inmediato en su influencia, al menos en su país de origen, fue Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, de Adam Smith (1776), quien también es un producto típico de la Ilustración. Smith estaba familiarizado con la obra de Quesnay, de los fisiócratas en Francia y había leído los primeros argumentos sobre el librecambio. Pero fue más allá, y dio mayor amplitud al debate, demostró que el productor real de la riqueza es el trabajo, y sus detallados análisis de los precios, el capital y el trabajo, y de las leyes de oferta y demanda se convirtieron en un modelo sobre el cual pudieron trabajar los economistas posteriores de la sociedad industrial en expansión. Sobre todo, extrajo la conclusión de que el mercantilismo, o “sistema mercantil”, lejos de expandir las reservas del comercio de la nación, las restringía promoviendo el monopolio, y por ello no beneficiaba a la nación en su conjunto porque favorecía al productor a expensar del consumidor.
La obra de Smith tuvo un efecto –aunque retardado- destructor sobre el pensamiento económico de principios del siglo XIX. Sin embargo, más inmediatamente explosivas en su impacto fueron las elaboraciones realizadas por los filósofos a partir de las ideas de Locke sobre el “contrato social”, la propiedad, la sociedad y el estado.
Muchos más importante fue la obra de Montesquieu y Rousseau (y en menor medida, la de Voltaire) cuyas opiniones conflictivas sobre el estado y la sociedad no han dejado de llamar la atención de los historiadores y teóricos políticos. Por un lado, al contrario de muchos de sus compañeros filósofos, la visión de Montesquieu de la historia y la política es relativista: no existe un sistema perfecto de gobierno apropiado para todos los países al margen de las condiciones temporales y geográficas. Por el contrario, el gobierno y las instituciones, las leyes y las costumbres, nacen de la historia de cada nación, de su geografía y de su clima. Así, de los tres tipos de gobierno existente, el despotismo (aunque indeseable, y ésta es una inconsistencia en su línea argumentativa) sólo era apropiado para los debilitadores climas del este y del sur. En Europa se daban las alternativas de la monarquía o la república, pero ésta (aunque deseable para todos en teoría) en la práctica sólo era apta para pequeños estados.
Pero el relativismo de Montesquieu estaba lleno de juicios morales absolutos que le hacían rechazar la monarquía absoluta existente en Francia como demasiado expuesta a caer en el despotismo. La solución era un compromiso: una monarquía cuyas tendencias despóticas tuvieran el freno de una constitución equilibrada. Y aquí el modelo era el británico, en el cual pensaba que se daba una perfecta “separación de poderes” entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Al aplicar este modelo a Francia, pidió que se diera más autoridad a los cuerpos “intermedios” –la aristocracia y los Parlamentos- como contrapeso al despotismo de la corona. De manera que aunque hay muchos aspectos radicales en el pensamiento de Montesquieu aparece como un defensor conservador de la aristocracia contra el despotismo de la monarquía.
Mientras Montesquieu defendía las exigencias de la aristocracia, Voltaire fue a lo largo de su carrera un sólido oponente del “privilegio”, en particular del que poseían los Parlamentos (cuya influencia hubiera destruido con gusto), buscó una solución en la monarquía ilustrada. De ahí su apoyo a los ministros franceses que intentaban reforzar la autoridad de la corona frente a las órdenes privilegiados.
El problema de Rousseau era más complicado, ¿Cómo reconciliar la bondad natural del hombre, en la cual implícitamente creía, con la vida comunitaria del estado moderno? ¿Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres, y es ésta acorde con el derecho natural? La respuesta de Rousseau fue que la igualdad sólo se encuentra en el estado primitivo de la naturaleza y que la desigualdad igual que la pérdida de la inocencia primitiva del hombre, fue provocada por la influencia corruptora de la sociedad. La libertad natural del hombre primitivo tenía graves limitaciones, y que sólo a través del “contrato social”, mediante el cual los hombres se unen para vivir en sociedad, se puede conseguir una libertad, seguridad, cultura y dignidad humana más elevadas. De esta manera, el contrato social, aunque destruye la inocencia y libertad primitivas del hombre, le ofrece a cambio algo mejor. ¿Pero cómo se pueden asegurar y mantener estos beneficios? Únicamente, asegura Rousseau, mediante la actuación de la “voluntad general” y la formulación de buenas leyes; las cuales representan la voluntad general, y como tales, todos deben obedecerlas. Por lo tanto, no hay sitio para los disidentes, porque el individuo, al haber entregado sus derechos a la comunidad o al pueblo soberano, debe respetar sus leyes. Por supuesto, se le puede “forzar a ser libre”; y en un caso extremo, como en el caso del rechazo del culto civil que Rousseau proponía como sustitutivo del cristianismo, incluso se le puede condenar a muerte.
¿Proyectaba Rousseau su sistema para un país tan grande como Francia, o sólo para un pequeño estado como su Ginebra natal? De acuerdo a Rudé, en la práctica al menos, no fue coherente. Pero con todas las confusiones e incoherencias, sigue en pie un hecho inequívoco: el Contrato social de Rousseau fue la primera exposición de los principios básicos de la soberanía popular; no es sorprendente, pues que cualesquiera que hayan sido sus intenciones, sea éste el aspecto de Rousseau que, entre muchos otros, ha persistido más.
Hemos visto que estos escritores estaban ansiosos por encontrar conversos para influir en las mentes de los hombres y realizar reformas. ¿Lo consiguieron? En primer lugar, encontraron conversos entre los escritores profesionales y los pensadores similares a ellos; hubo de hecho, una especie de cadena internacional y temporal que unía a los filósofos de diferentes países y generaciones. Así Montesquieu se convirtió en una especie de padre de la Ilustración en toda Europa. De modo similar, Helvétius sirvió como modelo del utilitarismo de Bentham en Inglaterra y Adam Smith derivó sus ideas, al menos en parte, de los fisiócratas franceses. En Alemania Kant, Herder y Goethe reconocieron su deuda con Rousseau, como Lessing lo hizo con Diderot y Kant con Hume.
Es interesante remarcar que hubo una especie de división territorial de influencia entre Voltaire y Rousseau. Rousseau tenía seguidores en España y Voltaire en Italia. En Hungría y Polonia, donde los honores estaban equilibradamente divididos, se trataba de una cuestión en parte generacional: en ambos países, la Ilustración empezó en la década de 1760 con un culto a Voltaire; pero al agudizarse las cuestiones políticas en la década de 1770, la influencia de Rousseau se hizo mayor.
En su día, los filósofos tuvieron una acogida notablemente favorable entre los gobernantes de Europa; sólo después de la Revolución francesa, ellos y sus obras empezaron a ser casi universalmente “sospechosas”. Sí los gobernantes eran con frecuencia favorables, las iglesia generalmente no lo eran. La primera fase de la filosofía en Francia tendió a ser escéptica e irreligiosa; en consecuencia, a todos los filósofos, lo mereciera o no, se les consideraba escépticos. De esta manera, fue la Iglesia Católica la que –en Francia, Italia y España- tomó la iniciativa de condenar y proscribir sus escritos como ocurrió sucesivamente con la Encyclopédie y las obras de Voltaire, Helvétius y Rousseau. Las minorías religiosas con frecuencia no demostraban más simpatías: las opiniones “filosóficas” fueron también mal recibidas por los jansenistas franceses e italianos, los pietistas alemanas y daneses, o los metodistas wesleyanos en Inglaterra. La excepción la constituyeron las iglesias protestantes del norte de Alemania (quizá porque salían de la guerra de los Treinta Años con pretensiones de paz y tolerancia religiosa). Pero aunque las iglesias fueron generalmente hostiles, el clero –tanto secular como regular- con frecuencia no lo fue.
Un arzobispo tenía bustos de Voltaire y Rousseau en su estudio; lo mismo ocurría con u abad benedictino en Francia; y de forma similar se encontraban sus obras en las bibliotecas monásticas en España. En Italia, en 1739 se descubrió que las bibliotecas mejor surtidas las tenían los curas. Si los altos eclesiásticos encontraban un tanto embarazoso identificarse demasiado abiertamente con las opiniones “filosóficas”, los laicos de las clases superiores no tenían ningún problema. Las obras filosóficas llenaban las bibliotecas aristocráticas; muchos de los intendentes reales fueron ganados para las nuevas ideas. Aunque no se puede negar que cuando se agudizaron los problemas con José II y la Revolución francesa, la alta aristocracia tendió a retroceder, y la iniciativa pasó a la pequeña nobleza y a la gentry, que dominaban la Cámara Baja y las asambleas de los condados. En Polonia aunque la Ilustración fue fomentada por la Corte, siempre fue la pequeña nobleza en lugar de la alta la que se unió a la burguesía profesional para promover sus ideas. En Alemania, Italia y Rusia, la aristocracia imitó a la corte al abrazar a la Ilustración, de la misma manera en que solía adoptar la literatura y la lengua francesa en general; pero en Prusia, donde el volterianismo era cortesano y aristocrático, el culto a Rousseau era más claramente plebeyo y de clase media. Sin embargo, en España la situación fue diferente. Aunque la Ilustración encontró pocos partidarios, entre ellos había una buena proporción de la alta nobleza.
No obstante, no había una línea divisoria clara entre los aristócratas ilustrados y los ricos ilustrados. La riqueza hay que tenerla en cuenta porque un volumen nuevo y grande podía costa chelines – o muchos más si las obras eran prohibidas-. El patronazgo, entonces, tenía tanto que ver con la riqueza como con la aristocracia. A parte de los ricos, la Ilustración ejercía un atractivo más directo sobre la clase media profesional (abogados, médicos, periodistas, escritores, estudiantes universitarios, etc.)
La Ilustración fue siempre en gran medida un fenómeno urbano (incluso en Francia, los pueblos se vieron afectados de manera marginal); pero había importantes obstáculos que impedían que las ideas llegaran a los pobres urbanos: entre otros, el precio de los libros, el analfabetismo, la hostilidad de la Iglesia y la mala disposición de los aristócratas y de los ricos a dejar que los plebeyos compartieran el lujo de la impiedad. Por supuesto, esto se aplicaba casi tanto a París como a cualquier otra ciudad importante.
En Inglaterra el impacto sobre las masas se produjo a la vez más tarde y más pronto que en Francia. Por un lado, la revolución industrial en Inglaterra nunca habría podido despegar a principios de la década de 1780 sin que miles de artesanos especializados se vieran envueltos en la discusión de las nuevas ideas económicas en las zonas industriales del norte. Por otro lado, las ideas políticas procedentes si del otro lado del canal tardaron más tiempo en llegar; y el momento crucial fue la publicación de Los derechos del hombre, de Tom Paine en 1792.
¿Cómo, y a través de qué vías de comunicación se transmitieron estas ideas? En primer lugar mediante el contacto directo entre el autor y el lector. También la prensa suministró otro medio más directo de comunicación de las nuevas ideas.
Otros canales de comunicación eran las academias, las universidades, las sociedades literarias, los salones y las logias masónicas. En Francia, como en Inglaterra, las universidades estaban generalmente en decadencia, por lo que era necesario encontrar otros medios de propaganda. Más elegantes y más fructíferos eran los salones parisienes, que tenían disposiciones literarias y “filosóficas” y reunían a los filósofos con los más influyentes de sus lectores y patrocinadores. Los clubs que en esta época se convirtieron en centros de discusión política; y un número mayor de sociedad literarias y “filantrópicas” que, al igual que los clubs y cafés, comenzaron a proliferara partir de 1770 en adelante.
En los países donde la Ilustración gozó de un patronazgo real o ducal las sociedades patrocinadas oficialmente, las academias y las universidades desempeñaban un papel tan importante como las iniciativas locales del tipo mencionado.
De toda esta confusión de publicaciones y discusiones, ¿qué resultados prácticos se extrajeron? Algunos historiadores políticos e historiadores de las ideas políticas han escrito como si las ideas de los “filósofos” se hubieran traducido en hechos mediante una especie de proceso de combustión espontánea. De esta forma, se puede establecer una estrecha relación de causa a efecto desde las opiniones de Rousseau y Mably sobre la sociedad y el estado hasta la “democracia totalitaria. En sentido amplio, se puede decir que en la Europa del siglo XVIII únicamente aquellos países con una clase media cultivada capaz y dispuesta a adoptar para uso propio las ideas de la Ilustración podían realmente absorberlas: el entusiasmo preliminar de los gobernantes o de la nobleza, del cual hemos dado numerosos ejemplos, no era suficiente. No se puede negar que esto es una simplificación; sin embargo, puede ayudar a explicar por qué España fue en gran parte impermeable a las nuevas ideas hasta la década de 1830; por qué en Hungría y Polonia las nuevas ideas se marchitaron después de que la nobleza se dio cuenta de que eran un medicamento demasiado fuerte; por qué tanto Alemania como Francia disponían de un suelo favorable, y sin embargo Alemania, al estar (como Italia) fragmentada políticamente, las rechazó, mientras Francia no lo hizo.: y por qué en la Rusia de Catalina las ideas “ilustradas” podían desaparecer de la noche a la mañana por orden real. Pero, ¿por qué Inglaterra, donde las clases medias estaban mucho más avanzadas que las de otros países, se mostró relativamente resistente a las ideas “filosóficas”? Posiblemente porque Inglaterra ya había pasado por su revolución liberal un siglo antes, y sus costumbres e instituciones, basadas en los “principios de la Revolución”, eran en su mayor parte las que Voltaire recomendaba a sus compatriotas. Pero Inglaterra estaba también en el siglo XVIII en vísperas de una revolución industrial; y las ideas de Adam Smith y de los científicos eran extremadamente útiles para orientar a las emprendedoras clases manufacturera y empresarial durante la revolución.
Como último aspecto, conviene recordar que no se trataba sólo de una cuestión de nación, sino también de una cuestión de clase. Montesquieu era el portavoz de la aristocracia, mientras que Rousseau hablaba en favor de la soberanía popular. Pero la nobleza húngara y polaca, al igual que los parlamentarios franceses de las décadas de 1770 y 1780, encontraron que es favorecía ligar a ambos con su causa, y en sus batallas con los gobiernos reales los citaban sin mucha discriminación.
Hasta aquí no nos encontramos con realizaciones particularmente impresionantes, y tanto Voltaire como Rousseau al final de sus vidas no estaban totalmente satisfechos con los resultados. No obstante, las viejas actitudes estaban siendo lentamente socavadas y se estaba preparando el terreno para cambios favorables hacia adelante que crearían la siguiente generación.



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