AUTOR: Rudé
TEXTO: “La
multitud en la historia. Los disturbios populares en Francia e
Inglaterra 1730-1848”
LA REVOLUCIÓN
FRANCESA DE 1848
Dos fueron los factores que determinaron que las multitudes de la
Revolución Francesa de 1848 no fuesen idénticas a las de 1789. Uno
de ellos fue, en el comienzo del desarrollo de la industria moderna
y el otro, la difusión de las ideas socialistas o casi socialistas
entre la población obrera e industrial. Sin embargo, fuera de las
industrias la “revolución” había progresado poco. Las tres
cuartas partes de la población francesa trabajaban aún en la
tierra. La población de París había sobrepasado el millón de
habitantes pero, fuera de sus ferrocarriles y talleres de ingeniería,
era aún una ciudad de manufactureros, obreros domésticos y pequeños
artesanos. El pequeño taller, lejos de desaparecer se había
arraigado.
Eran los banqueros,
los fabricantes mercaderes, los especuladores y los dueños de los
bienes raíces –y no los industriales- los que llevaban la
“batuta”.
Aunque el cambio
social e industrial era lento, las ideas progresaban rápidamente y
la década de 1830 asistió a un notable desarrollo de la educación
política de la población obrera industrial francesa. La revolución
de 1830 fue solo una repetición, aunque en mayor escala, de lo que
había sucedido una en 1789 y 1792 y los obreros no estaban en
situación, una vez que se hizo la revolución, de modificar su
curso.
Lo que sí fue
nuevo en la década de 1830 fue que los obreros comenzaron a
asociarse en grupos organizados para tomar parte de los asuntos
políticos.
La primera de las
grandes insurrecciones de los tejedores de Lyon estalló en noviembre
de 1831. Aquella insurrección tuvo objetivos sociales mucho más
“profundos” que una mera alza de los salarios o un reclamo de
ocupación estable y, aunque fue un levantamiento conjunto de los
pequeños maestros y los jornaleros, se acepta por lo general que
este hecho marca el nacimiento del moderno nacimiento obrero. La
insurrección se produjo en un momento de viviendas miserables,
salarios bajos y depresión y fue seguida, en París, por una serie
de revueltas e insurrecciones armadas, dirigidas no fundamentalmente
contra los mercaderes y manufactureros, sino contra el gobierno
mismo.
Rudé destaca el
arresto de un oficial panadero como un hecho significativo porque por
primera vez nos encontramos con los obreros comprometidos en
sucesivas demostraciones políticas, reclamos salariales
planteados en un momento de depresión económica como políticos.
Este hecho no había existido en las revoluciones anteriores y
representa un hito en la historia de la acción y las ideas de la
clase obrera.
En abril de 1834, la
palabra “socialismo” fue usada por primera vez por Leroux y las
ideas de Babeuf comenzaron a circular entre los obreros. Enfatizaban
más bien la necesidad de la igualdad de la distribución que la
propiedad pública de la riqueza de la nación pero todos dirigían
sus recetas a una clase específica, la clase obrera. Bajo
el impacto de estas nuevas ideas surgieron las sociedades secretas y
los clubes, tales como las Sociedades de las Familias y de las
Estaciones de Blanqui, y la sociedad de los Derechos del Hombre.
La revolución que
estalló en París, comenzó como una campaña apoyada por la
oposición liberal, para organizar banquetes en favor de una
extensión del sufragio. A esta altura, la Guardia Nacional burguesa,
en vez de dispersar a las multitudes, se puso del lado de los
reformistas y el Rey, inclinándose ante la opinión pública,
destituyó al Ministerio de Guizot. Sin embargo, las manifestaciones
lejos de ceder, aumentaron su fuerza y obtuvieron su principal apoyo
en los barrios populares del este y el centro de la ciudad. Esto dio
a las revueltas un nuevo sentido: las armerías fueron asaltadas
en busca de armas y en la mañana del 24 de febrero, París estaba en
franco estado de rebelión.
El rey abdicó y
huyó a Inglaterra. Se intentó formar una Regencia para el conde de
París, pero las multitudes invadieron la Cámara, hicieron a un lado
a los constituyentes y recibieron con aclamaciones un nuevo gobierno
“provisional”, formado por nombres extraídos de listas
propuestas por los periodistas radicales. Pero las multitudes que no
olvidaban la traición de 1830, incluyeron en la lista dos nombres
más, el del dirigente socialista y un obrero metalúrgico. Pero eso
no fue todo, durante los días siguientes, las manifestaciones
masivas, apoyadas por los socialistas y los clubes, arrancaron al
Gobierno Provisional una serie de concesiones: la promesa del
“derecho al trabajo”; talleres “nacionales” para los
desocupados; el derecho de agremiarse; la jornada laboral de 10
horas; la abolición de la prisión por deudas; el voto para los
varones adultos y la inmediata proclamación de la República.
Los obreros habían
obtenido importantes concesiones pero éstas eran sólo temporarias y
el gobierno seguía estando en manos burguesas, hecho que se tornaría
cada vez más evidente, a medida que transcurrían las semanas.
Además, en las provincias prevalecían aún las antiguas formas.
En consecuencia, en
febrero de 1848, pese a sus importantes innovaciones, sólo marca una
etapa intermedia entre el antiguo tipo de movimiento popular y el
nuevo. La insurrección parisiense que en junio alineó a obreros
burgueses en los dos frentes opuestos de las barricadas, tuvo su
origen remoto en la ruptura de la alianza entre los demócratas
burgueses y los obreros, que se había producido poco después de su
victoria común en febrero. El espectáculo de los obreros montando
guardia frente a los edificios públicos o expresando a viva voz sus
motivos de queja, que comenzó a alamar a muchos que, aunque
revolucionarios y republicanos en febrero, compartían la
preocupación de Toqueville acerca de que, ahora, la “propiedad”
podía verse amenazada.
Un mes después, los
clubes y la Comisión de Luxemburgo de Blanqui se combinaron para
organizar una vasta manifestación obrera, cuyos objetivos consistían
en posponer elecciones para la nueva Asamblea y presionar al gobierno
para crear una “República democrática” basada en la “abolición
de la explotación del hombre por el hombre” y en la “organización
del trabajo por asociación”. Los miembros no socialistas del
gobierno se asustaron y llamó a la Guardia Nacional para reprimir la
manifestación. La brecha entre el gobierno y los socialistas era ya
completa.
Quince días después
se produjeron las elecciones nacionales, que fueron un triunfo para
los republicanos moderados de Lamartine. En un intento por establecer
el equilibrio, los dirigentes de los clubes organizaron otra
“insurrección” e invadieron la Asamblea. La Asamblea y el
Consejo Ejecutivo decidieron, no obstante, considerar el incidente
como un golpe de estado y dar una lección a los obreros y a los
socialistas. Blanqui, Raspall, entre otros, fueron arrestados, junto
con 400 personas más. La Comisión del Luxemburgo de Blanc fue
cerrada y más tarde, los talleres nacionales fueron disueltos.
La clausura de los
talleres fue la chispa que encendió el fuego. Los más energéticos
de los líderes obreros estaban presos. Fue así como a falta de
alguien mejor, el capataz de un taller, Louis Pujol, se convirtió en
el vocero de los trabajadores. Se organizó una insurrección que
duró tres días y se extendió mucho más allá de las filas de los
obreros de los talleres. Deben haber sumado unos 10000 hombres.
¿Cuáles eran sus objetivos? La exigencia inmediata era doble:
restablecer los talleres nacionales y disolver la Asamblea que los
había cerrado. Se agregaban otras exigencias como “Organización
del trabajo por asociación”, “Abolición de la explotación del
hombre por el hombre”, “Respetar la propiedad privada, muerte a
los ladrones”, “la República democrática y social”.
En respuesta el
gobierno reunió 30000 soldados de tropa, guardias Republicanos y,
teóricamente, la Guardia Nacional. Pero sólo se pudo contar con los
guardias de los distritos occidentales. No obstante, a medida que se
desarrollaba la lucha, los ferrocarriles transportaban poderosos
refuerzos en forma de voluntarios provenientes de todas partes del
país: campesinos, tenderos, terratenientes y nobles, todos mezclados
en las mismas filas.
Los insurrectos
habían encontrado una cálida respuesta en la población trabajadora
de París, pero no tenían más dirigentes que los impuestos por las
circunstancias. Por otra parte, muchos socialistas se negaron a
unírseles y otros solo se les unieron una comenzada la lucha. Pero
por sobre todo, en lo que hacía el resto Francia, los obreros
parisienses estaban totalmente aislados.
En la mañana del
día 26, una delegación ofreció deponer las armas a cambio de una
amnistía pero Cavaignac insistió en una rendición incondicional y,
una vez reanudada la lucha, la obtuvo. La insurrección había
terminado.
La Asamblea y las
clases propietarias se habían alarmado profundamente y en
consecuencia la represión fue severa. Los periódicos y clubes
revolucionarios fueron cerrados. Libre ya de los socialistas y del
temor a nuevas manifestaciones obreras, la Asamblea se dedicó a
desmantelar lo que quedaba de la Republica “social” y a erigir en
su lugar una nueva república que conviniese mejor a los intereses de
los triunfadores.
¿Quiénes eran los
rebeldes y cuál había sido la causa de la insurrección? Marx y
Tocqueville, aunque pertenecían a campos opuestos y diferían en los
detalles, estuvieron completamente de acuerdo en afirmar que se había
tratado de la lucha de una clase contra clase y que el hecho marcaba
un cambio en la historia de Francia. Para Marx se trató de una lucha
entre el “proletariado” y la “burguesía” y agregó, que de
entonces en adelante la revolución (y no sólo en Francia)
significaría “el derrocamiento de la sociedad burguesa. Para los
contemporáneos, se aceptaba en general que la revuelta de junio fue
una protesta armada de los obreros de París, sino contra los
capitalistas, al menos contra los propietarios o los “ricos”.
¿Es este punto
igualmente aceptable para nosotros, o requiere un examen? El
conflicto no se planteó, por cierto, entre los obreros de las
fábricas y sus empleadores; ello hubiese sido imposible en aquellas
circunstancias. París era aún una ciudad de pequeños talleres y
artesanos y había cambiado muy poco, en este aspecto, desde la
primera gran revolución de 1789. Si examinamos las ocupaciones de
las 12000 personas que fueron acusadas en la ocasión, encontramos
una notable similitud entre los oficios de éstas y los de aquellas
que asaltaron la Bastilla y tomaron las Tullerías sesenta años
antes.
Además, la mayoría
de estas ocupaciones están entre las doce categorías mayores a las
que pertenecían los prisioneros.
Gossez sostiene que
no hubo una clara división de clase entre las dos fuerzas que se
enfrentaron: en la Guardia Nacional servían los obreros juntos los
propietarios. La conclusión de que, a pesar de que el conflicto
social fue genuino, alineó a los pequeños productores, inquilinos y
subarrendatarios (y no sólo a los obreros) en contra de los tenderos
y comerciantes y en contra de los terratenientes y arrendatarios
“principales” (a menudo tenderos), más bien que en contra de los
dueños de fábricas, maestros artesanos y empleadores industriales.
Pese a lo
sorprendente de ciertas similitudes entre las muchedumbres de 1789 y
las de junio de 1848, las diferencias son también grandes. En primer
lugar, el ímpetu inicial provino de los obreros de los talleres
nacionales. Lo más sustancial de la insurrección provino de otros
grupos. En segundo lugar, los obreros de la construcción representan
la mayor categoría de los arrestados y se advirtió que todos los
principales centros de resistencia eran defendidos por sus propias
asociaciones laborales. Y en tercer lugar, el desarrollo industrial,
aunque lento y poco difundido, había introducido los ferrocarriles y
el comienzo de la industria mecanizada y fue así como entre los
insurrectos arrestados, junto con los ensambladores, ebanistas y
cerrajeros de los antiguos oficios y talleres, encontramos los
nombres de unos 80 obreros de ferrocarril y 200 mecánicos.
Los ferrocarriles
desempeñaron, por lo tanto, un papel ambivalente. Por una parte, al
transportar las tropas y los voluntarios de las provincias que
llegaban para engrosar las fuerzas del orden, jugaron un importante
papel en el aplastamiento de la insurrección; por otra, al crear un
nuevo tipo de obrero industrial, imprimieron un nuevo sello al
movimiento obrero, lo cual habría de tener importantes consecuencias
en el futuro.
El Segundo Imperio
de Napoleón III asistió a un nuevo avance en cuanto al crecimiento
industrial, la organización obrera y las relaciones entre capital y
trabajo y poco después las manifestaciones del tipo de los impuestos
populares y de los ataques ludistas a las maquinarias, que
sobrevivían aun en 1848, estarían totalmente extinguidas.
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