La etnología tiene por objeto de
estudio al hombre. Se ocupa de sociedades que, si bien tan humanas
como cualquier otra, difieren de las estudiadas por las humanidades
clásicas u orientales, en que su mayor parte no conocen la
escritura, y pocas poseen monumentos representativos de figuras
animadas. La originalidad de la etnología es que, siendo una ciencia
humana, no puede permitir que se la aísle de las ciencias naturales
y sociales con las que varios de sus propios métodos mantienen
tantas cosas en común. La etnología es una ciencia joven. Las
preocupaciones etnológicas se remontan a una fecha reciente, y en su
expresión moderna se sitúan en una encrucijada: nacen del encuentro
de varias corrientes de pensamiento heterogéneas.
La más importante de dichas
influencias está directamente relacionada con el descubrimiento del
Nuevo Mundo. Esto forzó el enfrentamiento de dos humanidades
hermanas, pero extrañas en sus normas de vida material y espiritual.
El hombre americano no había recibido la revelación de Cristo, pero
ofrecía una imagen que evocaba reminiscencias de una edad dorada y
de una vida primitiva que se presentaban en y fuera del pecado. La
existencia del hombre americano no había sido prevista por nadie. Es
en suelo americano donde el hombre empieza a plantearse el problema
de si mismo, y a experimentarlo en su propia carne. América ha
ocupado durante tanto tiempo un lugar privilegiado en los estudios
antropológicos por haber colocado a la humanidad ante su primer gran
caso de conciencia. Europa supo que existen otras formas de vida
económica, otros regímenes políticos, otros usos morales y otras
creencias religiosas. A partir de ahí, todo pudo ser puesto en
entredicho. La antropología había llegado a ser práctica incluso
antes de haber alcanzado el nivel de los estudios teóricos.
El segundo impulso que debían
experimentar las preocupaciones etnológicas procede de la reacción
política e ideológica que sigue a la Revolución Francesa y a las
ruinas dejadas por las conquistas napoleónicas. En el inicio del
siglo XIX la sociedad europea tradicional se encuentra en un estado
de profunda desintegración y desorden. Ante esto, se pretende
definir el destino del hombre más bien en función de un pasado
transfigurado por la nostalgia de un orden antiguo, que por un
provenir imposible de precisar. Este punto de vista, el de los
principios del romanticismo, modifica y enriquece la indagación
etnográfica. La modifica al hacer del primitivismo la búsqueda no
de un punto de partida del progreso humano, sino de un periodo
privilegiado en el que el hombre había disfrutado de virtudes hoy
desparecidas. La enriquece introduciendo preocupaciones folklóricas.
Al inicio del siglo XIX, el pesimismo social y el despertar de las
nacionalidades orientan la investigación hacia un pasado lejano,
circunscrito en el espacio y cargado de significación.
Simultáneamente hubo una transformación importante. Era
contradictorio concebir el curso de la historia como en decadencia
cuando se evidenciaba el progreso técnico y científico. Para
sostener la posición pesimista, era necesario emplazar la evolución
humana en un terreno distinto. Con el crecimiento de sociedades y
multiplicación de relaciones se deshace la integridad física de los
grupos humanos.
Uno de los acontecimientos
decisivos de la ciencia del siglo XIX es la teoría evolucionista de
Darwin, que suministra una interpretación global de la historia
biológica dentro de la cual los documentos relativos al hombre
podían encontrar su lugar adecuado y recibir su plena significación.
La concepción de una evolución gradual de las especies vivientes,
operando a lo largo de inmensos periodos geológicos, sugiere pensar
otro tanto sobre la historia e la especie humana. Los documentos
osteológicos ahora se ven como testimonios de la lenta evolución, y
al ver que el utillaje prehistórico se parece al utilizado en
pueblos primitivos contemporáneos, se ve en ellos la imagen de los
diferentes estados por los que la humanidad había discurrido. Los
objetos de los salvajes, las descripciones de sus costumbres, etc. Se
describen y clasifican para elaborar una visión coherente de las
diferentes etapas.
La etnología, al igual que las
ciencias naturales y según el ejemplo de estas, puede descubrir las
relaciones constantes existentes entre los fenómenos. Esta
revolución no significa una ruptura con el pasado, sino la
integración, a nivel de síntesis científica, de todas las
corrientes de pensamiento cuya actuación hemos revelado. El
evolucionismo puede presentarse como teoría científica porque
conserva la ambición de descubrir el punto de partida y el sentido
de la evolución humana, así como de ordenar seriadamente las
diferentes etapas. Igualmente ven que la humanidad no se transforma
exclusivamente según el esquema de Darwin, sino que la etnología
consta de transmisión de técnicas, difusión de inventos, fusión
de creencias y costumbres. La etnología en la penúltima cuarta
parte del siglo XIX se constituye en base a caracteres híbridos y
equívocos, que hacen confluir en ella las aspiraciones de la
ciencia, filosofía y de la historia.
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